La sangrante diferencia entre los deportes profesionales masculinos y femeninos a través del boxeador Marian Trimiar : Lady Tyger !
El pugilato precisa de algo más que un buen uppercut, necesita algo que brille. Un nombre sugerente, por ejemplo. Por su cabeza rapada algunos la llaman Black Kojac, pero como no tiene padrinos, Marian no va a aceptar que nadie elija su nombre. Tampoco quiere, como hicieron otras antes y también después que ella, un mote que se refiera a su padre. No quiere ser sobre el ring La hija del Minero, ni La hija del Predicador. Ella anhela un bautizo de hombre: Harry Greb «Molino de Viento Humano», Gene «Perro Rabioso» Hatcher, Jack Dempsey «El Matón de Manassa». «Sus sueños son mis sueños», dice mirando a los compañeros que esa noche también pelean en el Audubon y con esa meta en mente elige nombre de lucha: «Lady Tyger»
La historia de una mujer que, entre los 70 y los 80, batalló para abrirse un camino en el boxeo en EE.UU ; un mundo que continuamente le cerró las puertas, por ser mujer y ser afroamericana.
LO QUE PIENSA LA CRITICA
Este perfil de perdedora, de digna perdedora, está escrito con muy buen oficio, y contiene, también, una carga de profundidad política: estamos en un Nueva York que ya es el centro del mundo, un resumen de la sociedad contemporánea, y contemplamos cómo se rige, cuáles son los principios que hacen de la polis un lugar de encuentro fracasado. Que Lady Tyger se pase la vida librando batallas, hasta llegar a la huelga de hambre, por conseguir una mera licencia federativa, habla de lo mucho que deja de desear la apertura social. Las leyes, efectivamente, no son iguales para todos. Pero la autora no sólo se centra en las batallas, sino también intenta rellenar ese deleznable hueco que hallamos en la historia: ¿quién las narró? Por entonces, nadie. Por el contrario, la carrera de Mohamed Ali, el anti-Lady Tyger, ha sido repetida y su ejemplo recomendadísimo. En buena medida, aparece aquí y allá en el libro para mostrar la divergencia, para mostrar que el sexismo es una inercia más difícil de superar que los complejos de raza. -Ricardo Martinez Llorca, Culturamas
SOBRE LA AUTORA
Silvia Cruz Lapeña (Barcelona, 1978) emigró del norte al sur cuando era cría. En Baena (Córdoba) le crecieron las piernas y el amor por el flamenco. Empezó a escribir sobre lo jondo ya de vuelta en Barcelona y cuando alguien le pregunta por qué lo hace, hace suya la respuesta que da Manuel Alcántara a quienes le inquieren por su afición al boxeo: “No es porque me guste, es porque me interroga.” Le pasa igual con su oficio. Ha publicado en ABC, La Vanguardia, El Español, Rockdelux, Altaïr Magazine, Ctxt, Deflamenco o Vanity Fair sobre política, sociedad, crimen o cultura.