Borgo Vecchio, el barrio de Palermo en el que se desarrolla esta novela, está formado sólo por un puñado de calles estrechas en el corazón de la ciudad, pero contiene todo su carácter, oscuridad, violencia y belleza; contiene los vicios y las virtudes de la gente pobre.
En este entorno geográfico y moral viven Mimmo y Cristofaro, amigos fraternales, compañeros de clase y cómplices; Carmela la prostituta y Celeste, su hija, que lleva el color del perdón en su nombre; Totò el ratero y su legendaria pistola guardada en el calcetín, que es objeto de admiración de todos los niños… Por un lado está el mar, con su viento, que mezcla los olores y lleva la fragancia de la carne a los hogares de aquellos que nunca comen carne; por otro, la gran ciudad, con sus tiendas, señoras adineradas, sus leyes y sus guardianes. En los callejones, el olor a pan horneado recorre el barrio como si tuviera vida propia y despierta el asombro y la capacidad de soñar de sus habitantes cada día.
Cruel y tierna como una fábula de resonancias bíblicas, el tono poético e irónico del narrador devuelve a esa cotidianidad marginal la fuerza sorprendente de los cuentos de hadas. Todo parece fruto de la imaginación en esta historia fascinante, sin embargo, en su lenguaje, su ritmo y sus pulsiones humanas predomina la verdad.
"Libro bellísimo, triste y tan realista […] que incluye momentos de humor para que el fresco de la vida esté completo, pintado con tanta poesía, tanta belleza y tanta intensidad a la vez que será imposible olvidarlo."
Sagrario Fernández-Prieto, La Razón
"Los niños del Borgo Vecchio es una espléndida fotografía de la realidad, un testimonio que se arriesga donde ni siquiera la ley consigue penetrar."
Alessandro Campaiola, Mar dei Sargassi
"Calaciura recrea con notable energía y una ternura donde la risa nunca excluye el sufrimiento, la dramática vida cotidiana de estos niños. Un espléndido retrato del sur de Italia condensado en un relato digno del libreto de una ópera."
Florence Bouchy, Le Monde des Livres
"Una historia sencilla, narrada con ese tempo moroso que requiere la prosa dotada de una generosa carga lírica; que no solo no quiere ir al grano, sino que disfruta y hace disfrutar tomándose su tiempo, retrasando los desenlaces."
Alejandro Luque, Estado crítico