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Diez días que estremecieron al mundo

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Estructurada como un gran reportaje, la genialidad de la obra de Reed radica en el método de montaje documental que emplea, que le permite vincular sus vivencias como testigo directo de la revolución (su presencia en asambleas, en grandes concentraciones, en debates fundamentales; en la mesa de diferentes grupos sociales, en puestos militares, en posadas, en los cruces de caminos) con la frenética marcha general del proceso revolucionario, a través de documentos públicos, recortes de prensa, carteles callejeros y entrevistas, como las que sostuvo con Trotsky o Kérenski.

Asimismo, y aunque acérrimo partidario de la Revolución, Reed supo mantener la distancia y ejercer también una voz crítica sobre aspectos puntuales de este proceso, sin por ello perder de vista el fulgor emancipatorio que lo atraviesa.