El cuarto de Jacob, publicada en 1922, es la primera novela verdaderamente modernista de Virginia Woolf y un hito en la transformación de la narrativa inglesa del siglo XX. A través de una estructura fragmentaria y una prosa lírica, la autora ofrece un retrato elusivo de Jacob Flanders, un joven cuya vida se despliega a partir de recuerdos, impresiones y percepciones fragmentadas de quienes lo rodean, más que por una narración lineal o introspectiva convencional.
La obra se construye como un mosaico de escenas y voces: compañeros universitarios, amigos, mujeres que lo aman o lo observan, y el trasfondo de una Inglaterra que se aproxima a la Primera Guerra Mundial. Woolf evita describir a Jacob directamente; en cambio, su figura se insinúa en cartas, conversaciones y atmósferas, lo que obliga al lector a ensamblar su identidad a partir de fragmentos. Esta técnica refleja la influencia de las corrientes modernistas y simboliza la imposibilidad de conocer plenamente a otro ser humano.
En su trasfondo, la novela es también una reflexión sobre el tiempo, la memoria y la fugacidad de la experiencia, marcada por la amenaza inminente de la guerra que acabará por arrasar una generación entera. El estilo de Woolf, impregnado de sutilezas sensoriales y variaciones de perspectiva, desafía las convenciones realistas y apuesta por una exploración poética de la conciencia y la percepción.
El cuarto de Jacob sigue siendo relevante por su capacidad de captar la complejidad de la identidad y por su audaz innovación formal. Más que una biografía ficticia, es un retrato atmosférico que convierte las ausencias en presencia y las palabras en ecos de lo que nunca se dice del todo, anticipando la maestría narrativa que Woolf desarrollaría en obras posteriores como La señora Dalloway o Al faro.