En el extremo occidental de Europa, la orgullosa Isla Esmeralda parece librar una batalla perpetua contra los elementos. Azotada por el viento y la lluvia, la tierra de Irlanda emerge hierática del agua para revelar su naturaleza en bruto. Insolente y salvaje, nada parece haber cedido a la mano del hombre. Salpicada de verdes praderas que se precipitan al mar, páramos hostiles, con bosques encantados y lagos fantasmagóricos, el entorno de la isla es incuestionablemente libre, una descripción que retrata a la perfección a un pueblo que ha trabajado durante siglos para construir su libertad. La historia irlandesa, más que en ningún otro lugar, está grabada en piedra. La atmósfera y los espejismos del pasado son recuerdos de una historia dolorosa: los guetos de Belfast, los muelles de Dublín, el infierno de Connemara... Asolada por sucesivas hambrunas en el siglo XIX, mantenida bajo el yugo inglés y partida en dos en 1921, Irlanda parece marcada por el sello del dolor.
Mientras la Erin verde ha salido del caos financiero para convertirse en un socio económico esencial en la zona euro, su hermana pequeña del norte, tras décadas de conversaciones y treguas frustradas, camina ahora con paso seguro por la senda de la paz.
Litros de Guinness, canciones celtas ancestrales, pelirrojos, un frenético partido de hurling... los isleños hacen todo lo posible para que la gente descubra y aprecie esta grandiosa tierra que tanto aprecian.
Por mucho que se resista, ¡caerá rendido en cuantocruce la puerta de un pub! Calidez y hospitalidad son las consignas de esta embriagadora isla al borde de Europa.