Los que conocimos y tratamos a Obregón sabemos que fue impulsivo, desbordado, generoso y entregado, estimulado por una sola cosa: la pasión por la vida. No era frío ni reservado o retraído, cualidad humana que se refl¬ejó en su pintura. Procuró y logró expresar lo que experimentaba como ser pensante y sensible en el diario acontecer […] En la celebración del centenario de su nacimiento, este libro constituye una memoria de por qué Alejandro Obregón fue único y distinto, es decir, inclasificable e insular en el mejor sentido de las dos palabras.
Álvaro Medina