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Dante, un camino de setecientos años

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No bastaría una biblioteca para contener las ideas que surgen de la lectura de la obra de Dante. Pero quizás sí una palabra que la propia Divina Comedia nos ofrece: trasumanar, transhumanar, superar los límites de lo humano en un sentido muy lejano al mundo cotidiano, y sin embargo, convergente con él. El viaje, su viaje, es hacia Dios, pero también hacia un hombre futuro. El hombre que será, de sí mismo, autor y obra, y que construirá dolorosamente en el exilio, encadenando tercetos que serán imágenes. Imágenes de la más pura humanidad, que incorporarán paso a paso oscuridad primero, y luego luz, hasta hacerse incandescente. Hasta ser epifanías.

Por eso, el hombre Dante es poeta, lo sabe con absoluta seguridad en lo más íntimo de su ser. Lo sabe cuando mira hacia atrás y ve lo que ha escrito, quizás muy poco aún. Lo sabe cuando mira hacia adelante y entrevé, en una lejanía, lo que escribirá. Acaba de ser expulsado de su ciudad y, junto con su familia, emprende el amargo camino del exilio político. Año tras año, mientras come el pan de la hospitalidad, asoma una obra plena de dolor y redención, su dolor y su redención, que este hombre poeta supo hacer universales. Su muerte, un 14 de septiembre de 1321, apenas un año después de culminar su poema mayor, no fue silencio, sino el comienzo de una voz plena de universalidad. Una universalidad viva, hoy. La eternidad como futuro. O bien la eternidad del futuro. Siempre habrá un camino. Pero cada época y cada hombre de cada época deberá ser consciente de esa construcción siempre pendiente. Y por tanto, siempre promesa viva.