Durruti es una figura temida y respetada del bajo fondo. Su negocio son los autos robados, desarmarlos y vender sus partes, y otras actividades afines, propias de su ámbito. Pero sobre todo su negocio es el orden: que nadie haga lo que él no aprueba, que la policía y el poder político, con quienes tiene un pacto de hierro, no se vean obligados a sobre actuar y romper la armonía delictiva por acciones fuera del guion. No es fácil mantener a todos alineados. Alcanzaría una chispa en el lugar y en el momento equivocado para hacer tambalear ese equilibrio. La chispa se produce; esa alteración, lentamente, precipita otras; cada una mayor que la anterior. Los soldaditos más jóvenes murmuran y dejan de ser obedientes; el barrio se altera; los arrebatos y la improvisación se imponen. La espiral de violencia crece y los va cercando a todos. La sospecha reemplaza al secreto y al respeto; un orden se tambalea a la espera de que llegue uno nuevo, y esto no es necesariamente una buena noticia.
En Desarmadero, Eugenia Almeida aprovecha los códigos de la serie negra para construir una ficción donde la corrupción y el delito alcanzan a todas las capas de la sociedad. Con una escritura seca y un extraordinario dominio del registro oral, cuenta una gran historia a partir de pequeños sucesos que producen incontrolables consecuencias. Su trama podría desarrollarse en cualquier ciudad argentina, sus personajes tratan de salir airosos del abismo que se abre ante ellos. Solo unos pocos lo logran.