Estas clases siguen indudablemente esas señales, desde Freud, con Lacan, en un movimiento basculante que pendula entre autores de la psicologĂa y la literatura clĂĄsica hasta las lecturas contemporĂĄneas que interrogan el modo en que los afectos toman cuerpo en la actualidad.
Sin ahorrarse dilemas lĂłgicos y conceptuales ni los atolladeros con los que un analista se encuentra en su prĂĄctica, los pone en tensiĂłn, los interpela, los interroga y hace de eso una causa viva que alienta el debate y relanza un trabajo continuo.
Partiendo de los cuerpos afectados, atraviesa las pasiones del ser y las del alma. Con el horizonte de la transferencia siempre presente, se desliza por las mĂșltiples declinaciones del afecto: entre el amor y el odio, pasa por la vergĂŒenza, la envidia, los celos, la tristeza, la cĂłlera y la cobardĂa, entre otros. Y entrelaza los conceptos con los modos en los que en ocasiones irrumpen en lo social: el racismo, el odio contra lo femenino, el insulto. El horizonte del pase y el final del anĂĄlisis interrogan, asimismo, el modo en que los afectos mutan en un trayecto analĂtico.
Se trata Ă©ste de un recorrido que resitĂșa los afectos en el hueso de la prĂĄctica analĂtica para hacer de ellos una brĂșjula desde una posiciĂłn y una lectura Ă©tica. Graciela habla con otros, los invita a tomar la palabra, sosteniendo en acto el affectio societatis inherente a una Escuela de psicoanĂĄlisis. Y concluye, fiel a su estilo, con entusiasmo: š¿CĂłmo se junta el saber alegre con el bien decir?"
Estas clases, las primeras de un ciclo que duró tres años, claramente son una respuesta y dan cuenta de ello.