La joven Istina Movet estĂĄ ingresada en un hospital mental. Poco importa lo que haya hecho para llegar ahĂ, porque, una vez dentro, ya no se la considera una persona; ahora es un ser sin derechos ni dignidad; se convierte en un nĂșmero sometido a la estricta jerarquĂa del centro en la que los doctores son dioses indiferentes, y las enfermeras, sus despiadados brazos ejecutores. La que habĂa sido una mujer ahora es un ser aislado, desamparado ante el delirio y el maltrato, siempre bajo la amenaza de ser sometida a la temida tortura del electroshock y a la soluciĂłn final de la lobotomĂa cerebral.
Janet Frame empezĂł a escribir Rostros en el agua (1961) por sugerencia de su psiquiatra como unas memorias de su traumĂĄtico paso por varios manicomios de Nueva Zelanda, pero pronto la historia se le fue de las manos, se desbordĂł y, navegando en la ficciĂłn, se convirtiĂł en el clĂĄsico inolvidable que es hoy, y ella, en la mĂĄs importante escritora neozelandesa.