Cuando empecé a trabajar con Cafam como jefe de mantenimiento en 1978, la caja tenía descentralizada esta operación. Con la creación de un departamento de servicios transversal a las operaciones propias de la entidad, las tareas de mantenimiento se concentraron en una jefatura. Así, los problemas y el presupuesto de mantenimiento de cada dependencia pasaron a ser responsabilidad de una persona. Contaba con 23 años y 200 operarios; muchos de ellos me doblaban en edad, y en experiencia… ni hablar. Allí empezó mi manía por establecer una lista de actividades pendientes y mi obsesión por realizarlas. El placer de tachar las actividades realizadas de la lista se volvía frustrante al sumar más pendientes a la misma.
Esa costumbre la conservo hoy en día. Nunca, que me acuerde, la hoja en la que escribo —pues nunca he querido volver digital esta actividad— ha estado vacía. Hay muchos tipos de pendientes. Muchas veces son cientos, como cuando empecé a trabajar. Con el tiempo, hay unos muy particulares que se vuelven especiales. Son gruesos, son retadores y yo los he bautizado como hitos. He cumplido muchos, la mayoría de los cuales debo reconocer como un trabajo en equipo o un logro empresarial. Así, los hitos que obedecen a un esfuerzo individual tienen una característica especial.