En las novelas de Lara Steele, los viajes solitarios nunca lo son del todo: el equipaje va lleno de heridas, fantasías secretas y ganas de empezar de nuevo. Con una prosa envolvente y sensual, la autora convierte un traslado en autobús o un trayecto en ascensor en escenas cargadas de electricidad, donde un simple gesto puede desencadenar noches inolvidables. En Ir de Vacaciones Solo, una discusión de pareja termina con un portazo y una frase envenenada: “Entonces vuela solo”. Él sube al autobús rumbo al hotel decidido a no desperdiciar el viaje, cuando una mujer madura, de pulseras de plata tintineantes y perfume cálido, se sienta delante de él.
Sus dedos juegan distraídos con la barra de su asiento, y él no sabe si imagina el movimiento rítmico que lo deja sin aliento. Más tarde, en el ascensor, sus brazos se rozan, ninguno se aparta y, en el pasillo del quinto piso, ella deja la puerta de la habitación entornada. A partir de ahí, cada planta que sube o baja el ascensor parece marcar el ritmo de una aventura donde el verdadero destino no es el hotel, sino su propio deseo.











