Muy temprano en el siglo xx, Norbert Elias produjo una de las críticas más radicales (y paradójicas) de la forma dominante de practicar el análisis histórico a finales del siglo xix y principios del siglo xx en Europa.
El punto principal de la crítica de Elias tiene que ver con lo que hoy de manera corriente llamamos la autonomía del conocimiento científico, es decir, su capacidad de separarse de los juicios de valor y de las opiniones más corrientes e impensadas que habitan la imaginación de una sociedad en un momento determinado, y de producir elementos de conocimiento que establezcan alguna distancia y diferencia —mínimas, por lo menos— con las versiones que los grupos e individuos de una sociedad determinada ofrecen sobre esa historia, cuando la consideran a partir de sus intereses particulares y de sus memorias e identidades de grupo.