La filosofía nace y muere con el asombro. Gracias a este el balbuceo llega a ser virtuosismo de la prosa o, gracias a él, se llega al silencio. Todos los hombres aspiramos al conocimiento, desde Aristóteles se nos ha repetido; pero casi todos tenemos terror de alcanzarlo, pocas veces se nos advierte. Más allá del vértigo del conocimiento de la objetividad, el saber acerca de sí mismo genera el más severo temor. Del legado griego solemos olvidar el matiz del modo: "Conócete a ti mismo" es un imperativo, no una invitación. Hablar desde la disposición interior, a la que nos atrevemos a llamar "filosofía", implica reconocer, en toda su radicalidad, el empeño de saber desde sí y sobre sí. Dónde habremos de llegar, será decidido en el saber dónde comenzar.