La prosa de José Luís Peixoto es envolvente, como el ambiente que recrea en el pueblo de su novela "Nadie nos mira". Un paisaje agreste, de ánimos lúgubres por la decadencia del campo, es el telón de fondo para los personajes que habitan sus páginas: un gigante, el diablo, José, su mujer, su padre, una prostituta ciega… Algunos personajes nos dejan con el paso de las páginas; otros permanecen para atestiguar, junto al lector, que la vida en el pueblo es cíclica y carga en su historia la condena de repetirse. Entre aquellos que se quedan hay dos constantes: una misteriosa voz surgida de un baúl en medio de la hacienda y cuyas historias cuenta sin cesar, sin importar si la escuchan o no; y otra voz, desconocida, que se plasma con la pluma del escritor encerrado en una habitación sin ventanas —acaso representación del autor o de sus precursores.
Entre esos antecedentes literarios de José Luís entrevemos en su novela la vena de autores como William Faulkner o Juan Rulfo: porque Peixoto es un escritor que lleva, literalmente, a Faulkner tatuado en su brazo ("Yoknapatawpha"), y al igual que los fantasmas de Rulfo, en "Nadie nos mira" encontramos la mirada de los desposeídos, que deben soportar la humillación del prójimo al mismo tiempo que han de sobrevivir. Aunque nadie sepa bien cómo o para qué.