Llegan en formaciĂłn abierta, se extienden por el mundo y avanzan por todas partes: algunos a la luz del sol, otros de manera subterrĂĄnea, otros infiltrando el mismo aire que respiramos. Come una plaga bĂblica pero infinitamente mĂĄs destructivos, forman una mesnada inmunda desplegada a lo largo de un frente de batalla inmenso, que abarca todos los campos y todos los niveles de la realidad humana: la cultura, la polĂtica y la ideologĂa, las costumbres, el lenguaje, la vida cotidiana, las mismas bases del pensamiento. Arrasan triunfantes todo lo que encuentran para dejar un campo de ruinas, recreĂĄndose de una manera particular, viciosa, con especialĂsima saĂąa, en derribar y pisotear todo lo noble y bello que ha producido el ser humano, todo aquello que pueda elevarlo, hacerle tomar conciencia de que es algo mĂĄs que un animal vestido y algo mĂĄs que una mĂĄquina que piensa.
Es un ejĂŠrcito contrahecho, una galerĂa de horrores y horrorcitos, una colecciĂłn abigarrada de elementos indeseables: algunos tienen el paso ligero como un gorriĂłn y otros pesado como un elefante. Algunos son grotescos o ridĂculos, otros muestran un hermoso rostro para mejor esconder la carne podrida bajo la piel. Los hay como gusanos que roen el cerebro y los hay como espejismos que llevan a la nada. Unos son hĂşmedos como la droga que promete el paraĂso para mejor esclavizarnos, otros son ĂĄridos como un desecante. Son los Azotes de Nuestro Tiempo.