El libro aborda una educación intercultural progresista y crítica que no está en contra de la eficacia ni de la excelencia, pero que no quiere conseguirlas a costa de cualquier consecuencia negativa en la formación integral del alumno como ciudadano democrático y comunitario. Propone una educación intercultural como renovación cultural, como perspectiva de un nuevo humanismo, pero sobre todo como un esperanzador camino hacia la inclusión; más aún en estos momentos en los que, siendo verdad que la interculturalidad representa un cambio positivo y una riqueza para todos, la experiencia cotidiana se resiste a dar cabida a grupos minoritarios que son víctimas de prejuicios, racismo, intolerancia y otros ataques contra la dignidad humana.
En el núcleo del libro se plantea que hablar de la construcción de comunidades interculturales sin tener en cuenta la práctica democrática y la participación ciudadana es un grave error. Para evitarlo, la colaboración entre la comunidad y los centros educativos es fundamental.