El tema de la consejería y "restauración espiritual" de los creyentes que han caído es delicado y complejo. Intrínseco al ejercicio del ministerio pastoral, es de vital importancia para el sano desarrollo de toda comunidad cristiana. ¡Cuántas personas se han distanciado de la Iglesia por haberse aplicado a su problema un procedimiento equivocado, una medicina incorrecta! El mensaje de Biblia es un mensaje restaurador. Su propósito es hacernos llegar la Buena Nueva de salvación, la historia del proceso planeado y ejecutado por Dios para restaurar a la raza humana, caída, a su estado original. Sus páginas aportan numerosos ejemplos reales de la acción constante y continuada de la misericordia divina rehabilitando a quienes, por diversas razones, se habían desviado y apartado de la senda trazada. ¿Qué posibilitó que David, en cuyos salmos nos deleitamos, fuera restaurado por el Señor y continuara reinando después de haber adulterado, mentido y asesinado a uno de sus leales súbditos? ¿Cómo pudo Pedro escribir las cartas del Nuevo Testamento que llevan su nombre después de haber negado a Jesús? El problema surge, no obstante, cuando a la hora de aplicar estos patrones bíblicos a nuestro contexto social y cultural del siglo XXI. ¿Quién ha de ser restaurado? ¿Quién ha de restaurar? ¿Cómo ha de llevarse a cabo el proceso? ¿Qué impide la restauración eficaz?