Una noche tibia, en una de las tantas fiestas de la falsa sociedá, Fosca María y Tito Lucio se enamoran -como sucede muy a menudo- por simple accidente. Una es institutriz de música, dueña tan sólo de un gato regordete llamado Cucurucho y vive en una diminuta buhardilla miserable a orillas de la ciudad; el otro es un joven marimbero beodo, parrandero y jugador, miembro de la ilustre familia Cucufato y da empleo a un mozo-mensajero-chofer. Esta telenovela decimonónica transcurre entre la gastronomía callejera de México y las costumbres de la vieja aristocracia rusa, algo que bien habría podido escribir Chéjov si le hubiera agarrado el gusto a Juan Gabriel y a los tacos con mucha salsa. Fosca y Tito, en medio de un desmadre de caprichos y desplantes, nos recuerdan que, sin importar cuánto caso hayamos hecho a los consejos de Ovidio en su Arte de amar o en El remedio del amor, todos hemos amado y, sí, nos han chingado alguna vez.