En la novela Doma de Carina Maguregui, el cuerpo se muestra al lector como un texto donde la carne y las intervenciones conforman una trama semántica para ser leída. La mirada ve así en el cuerpo escrito, en la herida del otro, su propia sombra, el doble del que no puede desasirse. En esta historia, las personas son obligadas a adoptar posturas resultado de la metamorfosis quirúrgica que las dispara transformadas, lejos de una posición natural: inmovilizadas, encogidas, enrolladas en sí mismas. El organismo no está enfermo sino convertido en enfermedad por los aparatos médicos: el cuerpo es enfermado por la imposición de un orden clínico. La animalidad natural -de los fluidos, de las sustancias, del instinto, de la muerte- ha sido desvitalizada, cosificada en un objeto híbrido entre el jadeo intermitente de la respiración y el flujo eléctrico de los cables.
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