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La ciencia y sus demonios

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Cómo los grandes científicos recurrieron a la figura del Demonio para avanzar en sus teorías y revolucionar el mundo.

Desde los comienzos de la ciencia, la palabra «demonio» empezó a usarse para designar algo que rompía con nuestra comprensión de la naturaleza. A estos enigmas se les distinguió con el apellido del científico que se topó con ellos y que emprendió un viaje hacia lo desconocido, intentando comprenderlos mejor. El llamado demonio de Descartes —una criatura con el poder de alterar nuestra realidad sensorial— inauguró una tradición que siguieron Laplace, Maxwell, Einstein, Feynman, etc., y que continúa hasta hoy. Estos seres viven al margen del bien y el mal, sorprendiendo a sus víctimas con hazañas inesperadas. Las tecnologías que se han desarrollado durante su búsqueda cobran características que sobrepasan la previsión de los mismos investigadores. En referencia a ellos hemos podido probar los límites de lo posible y transformar lo inexistente en lo real.

Jimena Canales desgrana en este libro uno de los aspectos más desconocidos y fascinantes de la historia de la ciencia. Porque son estos siervos imaginarios y ocultos los que han ayudado a desvelar los secretos de la entropía, la herencia, la relatividad, la mecánica cuántica y otras maravillas científicas, y son ellos los que siguen inspirando hoy los avances en los ámbitos de la informática, la física y la inteligencia artificial.

La crítica ha dicho...

«Una visión brillante y estimulante de la filosofía del descubrimiento científico». Science

«[Canales] registra magistralmente la sencilla historia de la ciencia. Se lee como un cuento gótico, repleto de genios malvados e inteligencias asombrosa». The Washington Post

«Una investigación histórica en profundidad sobre las numerosas funciones que los demonios han desempeñado y siguen haciéndolo en la ciencia y la tecnología». History and Philosophy of the Life Sciences

«Al mismo tiempo que se decía que la ciencia estaba desmitificando el mundo, Canales nos muestra con brillantez que los científicos lo estaban poblando de nuevo con lo demoníaco». New Yorker