"A Greta le gustan mucho las cosas inalterables de su casa. Es el único lugar donde suceden siempre sin variación". Así empieza Los accidentes geográficos, una novela asombrosa sobre las variantes con las que versiones de los destinos de Greta y Henrik se van entretejiendo en sus crisis infinitas. Si bien cada dúo Greta-Henrik está aislado dentro de la membrana de su propia realidad, Flor Canosa nos invita a ver el universo entero y múltiple de un solo vistazo, a la manera de un Dios. El efecto es como si estuviéramos siguiendo a la vez varias partidas simultáneas de ajedrez que en realidad son observadas desde cierta distancia, una única partida total. Todo lo que podría pasar pasa siempre y a la vez. Como los cien mil millones de poemas de Queneau, como la obra de Herbert Quain o "La Biblioteca de Babel" o aquellos jardines de senderos que se bifurcan (que anticipan a Queneau, que son anticipadas por Leibniz y por Ramón Llull), Los accidentes geográficos es una elegantísima, eficaz y feliz máquina de narrar. Flor Canosa nos regala una novela precisa y preciosa sobre el hecho de ser humanos –las relaciones, el drama, los errores que cometemos, las cosas que no sabemos cómo resolver a tiempo, aquello que no podemos darnos el lujo de perder– y una reflexión extendida sobre las posibilidades infinitas de la literatura.