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Vidas de santos

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A los 14 años Sid Vicious vendía tripis en la puerta de los conciertos. A los 16 comenzó a pincharse heroína con mamá. A los 17 atracaba a los jubilados. Medía 190 centímetros, una estatura rellena de asco, misantropía, extravío y pasotes. Aquella vida a mil revoluciones por minuto alcanzó su máxima cota de desagüe cuando ingresó como bajista en los Sex Pistols.

Hay gente que sólo queda consagrada cuando se inmortaliza en una camiseta. Simon John Ritche, Sid Vicious para el mundo es hoy uno de esos estampados en prendas, chapas de solapa y otros complementos de armario. Para alcanzar la gloria en aquella aventura sólo requería una dosis de fortuna y otra de publicidad. La destrucción se consumó tan solo en una estética de camisetas sin mangas y un repertorio de cadáveres prematuros. "Probablemente moriré antes de los 25". Mamá estaba allí para cumplir el deseo, iba a cumplir 22 años. Lo mató de sobredosis con una piedad desconsiderada. Sid Vicious ya era bisutería del malditismo, de la salvaje leyenda de la estupidez. No future. Un gran éxito.

La ruidosa bisutería del malditismo