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El lobo de mar

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El lobo de mar tiene todos los ingredientes para emocionar: un naufragio; un secuestro sin ton ni son; un protagonista que es un caballerito que no ha dado un palo al agua en su vida; una tripulación embrutecida y salvaje; un capitán, Wolf Larsen, que empata e incluso supera al Ahab de Moby Dick en su perversión; tormentas a porrillo; una huida a la desesperada; otro naufragio; pasajes robinsonianos con sus convenientes dosis de bricolaje; una historia de amor... Pero sobre todo El lobo de mar es un viaje al fondo del alma humana y sus reacciones ante las pruebas más duras de la vida.

Situado en el Olimpo de los escritores de aventuras compartiendo podio con Verne, Salgari, Scott o Stevenson, Jack London tuvo el plus de ser él mismo un aventurero. De muy joven se apuntó a la Fiebre del Oro en Alaska y, aun con su fracaso –se haría rico escribiendo, no consiguiendo pepitas, ¡que manera de ir contracorriente!–, tuvo experiencias que luego impregnaron toda su obra: la impiedad de la Naturaleza, la brutalidad de los hombres, la codicia… Pero London, que llegó a las concesiones alaskeñas como un alfeñique y salió hecho un fortachón por el entreno de la actividad física, siempre centró su literatura más en los cambios que experimentan los seres humanos que en la aventura misma.