No hay épocas tan malas

«Por la mañana me desperté sintiéndome como si la tierra estuviera bendecida, como si estuviéramos en un lugar sagrado. Tenía veintidós años y pensé en morir; todavía parecía que faltaban muchos años, pero me sentía más cerca, como si pudiera ver el resto de mi vida en esa tienda mientras Polly dormía, y no me hubiera importado morir.»

Hay algo especial en la forma de escribir de Dubus; a menudo, sus historias pueden parecer banales, pero, según avanza la narración, lo que parece simple y común acaba iluminando las zonas grises del alma.

Sus personajes se sienten culpables, lo esconden, actúan o no actúan, se avergüenzan de sí mismos, tienen miedo de su familia y de sus amantes, de su Dios, de ellos mismos, pero siempre intentan, con todas sus fuerzas, tener una buena vida con lo que se les da.

Las acciones y los sentimientos de los protagonistas casi nunca van de la mano: experimentan miedo, ira, pérdida, pero también son capaces de conmoverse ante ciertos gestos sencillos, ciertas miradas, ciertos abrazos. Dubus escribe con una precisión y una tensión emocional que nunca decaen, con un poso duradero que deja al lector sumido en el extrañamiento y la indefensión.

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