La sensualidad que se desprende de la lectura de estas tres breves obras maestras, y que nos embarga en la fantasía de un perfume muy especial, en el ritual casi mitológico de un peculiar sabor y en la inquietante multiplicidad de un sonido, nos ayuda a olvidar que el proyecto de Italo Calvino era el de completar este libro con los sentidos del tacto y de la vista. Difícil será borrar de la memoria la presencia casi corpórea de los aromas que busca incesantemente ese elegante hombre maduro para su amante, los exóticos platos que despiertan el deseo en ese escritor que visita templos mexicanos o las obsesivas resonancias que amenazan a un rey demasiado poderoso. ¿Quién de nosotros no ha sido alguna vez víctima consentida de la persistente presencia de los sentidos? Surgen entonces los insinuantes fantasmas que pueblan en la sombra nuestra cotidiana rutina…