«No ha habido mejor narrador de historias que Jules Verne.» Arthur C. Clarke
«Ésta no es una historia fantástica, sino tan sólo novelesca. […] Aunque a día de hoy nuestro relato no sea verosímil, quizá llegue a serlo mañana gracias a los recursos científicos del futuro, y llegado ese momento a nadie se le ocurrirá situarlo en el ámbito de la leyenda.» Estas palabras típicamente vernianas introducen El castillo de los Cárpatos (1892), tal vez una de las obras menos conocidas del autor, en donde prefigura, según algunos, la invención del holograma y la televisión, y en donde crea, según otros, la primera novela de zombis. En las profundidades de Transilvania, en una comunidad aislada y supersticiosa, la inesperada aparición de humo en la torre de un castillo abandonado sugiere una presencia diabólica. Un valiente guardabosques y un médico algo cobarde se aventuran a explorar el castillo y son rechazados por fuerzas extrañas y pavorosas. Por su parte, un joven conde valaco que ha perdido a su amada, la célebre cantante Stilla, que murió en el escenario, cree oír su voz en las inmediaciones del recinto. Verne combina en esta curiosísima novela el racionalismo, el humor sardónico y la crítica de la superstición y la leyenda con una paradójica, casi surrealista exaltación del amour fou.