A través de un enfrentamiento entre dos pueblos, lleno de pasiones elementales, Miguel Delibes pone de manifiesto los impulsos que a menudo dejan al margen lo que verdaderamente importa, los verdaderos tesoros por descubrir.
Un hombre que ara en un cortafuegos de un monte pone al descubierto un tesoro celtibérico con brazaletes, anillos, arracadas y pendientes de oro y plata, todo encerrado en una tinaja. Llegar al fondo de nuestras propias raíces es hermoso, como dice uno de loa jóvenes y entusiastas arqueólogos que han acudido al lugar para excavarlo. Pero no todo es fácil y apasionante, y la palabra tesoro y a es por su ampulosidad sinónimo de conflictos. Los aldeanos, que vigilan y olfatean, sólo ven en las excavaciones a unos hombres raros que quieren robarles lo suyo, otros tesoros, y se va creando un cerco, una tensión peligrosa que puede estallar en cualquier momento. En esa zona de la Castilla pobre es inútil hablar de ciencia o cultura, y las pasiones son siempre elementales. Por eso, Miguel Delibes da a cada personaje su valor auténtico, y además de poner de manifiesto el abandono campesino nos muestra a la gente del pequeño pueblo tal como es. Entre la codicia, la sospecha y el a veces excesivo celo de la prepotente administración quedará poco margen para un plausible protagonismo de la sufrida arqueología.
Maria
8/5/2021
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