Había una habitación en penumbra en la que se amontonaban personajes y objetos a la espera de una vida. Algunos descansaban en caballetes de nobles maderas, otros reposaban pacientes sobre barnizadas mecedoras con respaldos de mimbre. Todos esperaban expectantes su historia. Napoleón perdió varias veces la paciencia y las formas; el Mimo, encerrado en su silencio, quedó arrinconado. Don Pío no paraba de cantar a dúo con doña Leonor, Pipo lloraba desconsolado mientras Andresín anunciaba la misa tocando la campana y Charly, impecablemente vestido, controlaba la entrada. Todos y cada uno acabaron teniendo su historia, y, además, se les permitió contar su versión al margen del artista que les dio la vida; un loco delirante de imaginación.
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