Con La Mano de la Buena Fortuna, Goran Petrovic logró lo que pocas veces se consigue: esculpir una de las piezas más perfectas que habitan la llamada Literatura Absoluta. Es un relato de las distintas historias de amor que giran alrededor de un libro muy peculiar, Mi legado, de Anastas Branica. A primera vista éste es un libro donde no hay trama ni personajes, sino tan sólo descripciones. Sin embargo, eso es lo que lo convierte en un espacio autosuficiente, en un mundo que sólo puede ser habitado por sus lectores, los únicos y verdaderos protagonistas. Anastas escribe el libro para vivir en él con su amada, ya que la realidad no deja de ser un pálido boceto de lo que Mi legado en verdad representa. A partir de lo que Petrovic llama «lectura simultánea», es posible coincidir con otras personas en un mismo libro, y no sólo eso, sino también vivir aquello que está más allá de lo simplemente escrito. De qué otra forma podemos describir lo que nos pasa cuando leemos con verdadera convicción, cuando los libros se transforman en vida, palpable, manifiesta, cuando los libros se convierten en parte de nuestra fisiología, cuando el amor se encarna en la lectura que dos desconocidos realizan a la vez, esperando que el tiempo sea abolido por el mero hecho de fijar su mirada en una página. En pocas palabras, lo que el lector de este libro con seguridad experimentará, junto a todos los otros lectores que coincidan en él, será un estado de gozosa estupefacción.
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