La metáfora de la piel propone un viaje sensorial a través de las formas. En este, su segundo —muy esperado— libro, Andrea Saltzman desplaza la mirada hacia el borde: la piel entendida como metáfora, como órgano conector entre sujeto y mundo. En lugar de centrarse en el producto vestido, escindido del acontecer, el diseño pasa a enfocarse en las interacciones y referir a un espacio creativo entre el ser y su entorno. La piel como metáfora de materialidad alude a una multiplicidad de estrategias de adaptación e intercambio entre un cuerpo vivo y un contexto siempre cambiante. Y sumerge al diseñador o diseñadora en la experiencia proyectual. La percepción aflora como modo de construir sentido.
El cuerpo deja de ser solo usuario (que centra su problemática en el uso y la función) para convertirse en personaje: se trata de construir desde las interacciones. La pregunta es, en definitiva, ¿qué es el diseño de indumentaria? ¿A qué refiere este campo de conocimiento?
La potencialidad del diseño está en abrir la mirada de lo que es para descubrir la magia de lo que podría ser. Ese es el desafío, vislumbrar aquello que se oculta en lo evidente, para darle forma a lo que aun no la tiene.
Entender el diseño desde la metáfora de la piel es validar el cuerpo. Un cuerpo que, desde la piel, se caracteriza por la porosidad y la capacidad de contacto. La metáfora de la piel alude a esa visión relacional de la cual cada uno de nosotros forma parte.