San José fue llamado a materializar la paternidad de Dios hacia el Hijo encarnado. Una vocación, un camino, vividos en el silencio, porque tendía a la escucha de una Palabra que se hizo Presencia en su casa. Con él, Dios Padre no ha querido simplemente una «sombra» de su propia paternidad, sino un icono viviente. San José nos enseña que cada uno de nosotros está llamado a una fecundidad de vida más profunda que todas las apariencias, porque es la fecundidad de Dios que se dona en el Hijo por el amor del Espíritu Santo.
«Este mundo de huérfanos que vagan sin referencias es el que nos recuerda la urgencia de poder encontrar un padre humano que nos eduque en la filiación divina, un hombre que el Espíritu Santo ha vuelto capaz, en la obediencia silenciosa, de educar humanamente al Hijo de Dios. No lo hizo solo por Jesús: lo hijo por Jesús en favor nuestro. La compañía paternal de José de Nazaret se nos ofrece silenciosamente para seguir junto a María su gran obra, donde Cristo crece como Hijo de Dios en nuestra humanidad». — M.G. Lepori