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Selkie

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Nunca antes el arte y la pasiĂłn, se han fundido con la maestrĂ­a que lo hace el autor a travĂ©s de estas lĂ­neas. La seducciĂłn se convierte en un arma de doble filo, ante la pericia de un escultor a la hora de tallar la fisonomĂ­a humana. Dejando indiferente a su esposa, descontenta por sus constantes devaneos amorosos con sus modelos. Antonio Pereira comparaba a su esposa con una Selkie, enigmĂĄtica e introvertida. Estaba convencido que algĂșn dĂ­a recuperarĂ­a su piel de foca y lo abandonarĂ­a para siempre sumergiĂ©ndose en las torrenciales aguas del Cuacos.

El pintor Iganacio Arau se enfrenta al lienzo mås difícil de su vida, mientras su joven esposa, Minerva, posa para él en medio de un bosque, donde la figura se funde con la espesura: no llegando a distinguir donde terminan sus cabellos y comienza la vegetación. Sus muslos son un esbozo del tronco de dos gruesos robles; los brazos un enjambre de ramas retorciéndose entre marañas de hojas.

Su hija ha heredado el talento de su padre para la pintura. Ella pinta una torre olvidåndose de cómo la ven sus ojos. Jugando con planos abstractos, se saca de la manga una ciudad mudéjar. Aparte de la pintura solo tiene ojos para su amante, un joven periodista llamado Sebastiån. La pasión los arrastra, envolviéndolos en un laberintico romance.