Los años convulsos en que se fueron gestando los primeros textos incluidos en este volumen correspondían a un periodo especialmente activo y fructífero en la trayectoria teatral y profesional de Alberto Adellach. La visibilidad y el reconocimiento alcanzados desde comienzos de los setenta eran ratificados institucionalmente, en 1975, con la recepción simultánea de dos galardones destacados en el contexto del país y del oficio: el premio de Argentores y el Martín Fierro. El estreno en 1976 de Arena que la vida se llevó (1975), la pieza que abre este tomo —y que en el trance de los traslados forzados quedará desmembrada—, será abundante y elogiosamente reseñado en la prensa coetánea. Las impresiones en las notas, en este caso bastante coincidentes, dan también cierta cuenta del horizonte de expectativas ampliamente favorable con que contaba por entonces la recepción del teatro de Adellach, así como de una parte del proceso compositivo —el gusto por lo fragmentario y experimental, el trabajo colaborativo con el resto de la compañía— y los presupuestos estético-ideológicos implicados en el proyecto que había dado lugar Arena. El exitoso estreno de la obra sería el último que contase con la presencia del autor en el país. El espectáculo arrancó a fines de junio de 1976, menos de un mes antes del golpe militar que, en octubre, terminó por obligar a Alberto Adellach a marchar al exilio del que ya no iba a volver. Como otros muchos argentinos, Madrid fue su primer destino, pero las circunstancias lo llevaron pocos años después a México, y más tarde a Nueva York y Nueva Jersey. En este volumen, tercero y último del teatro completo de Adellach —y precedido de un estudio pormenorizado de la profesora Ana Sánchez Acevedo—, se recoge la creación dramática de este periodo de exilio, de plena madurez, compromiso político y social, y mudanza constante, hasta su muerte en 1996.