El teatro representó durante el siglo XIX en México, como en muchos otros países, algo más que un entretenimiento de evasión: era realmente el centro de las actividades de convivencia social de diversas clases, el lugar desde donde muchos intelectuales querían formar a sus espectadores para volverlos ciudadanos, escuela de costumbres, tribuna de ideologías, catalizador de fantasías y crisol para la forja de nuevos sueños y realidades. Si en cierta época se menospreciaba al repertorio mexicano decimonónico por tacharlo de evasivo y ajeno a los grandes temas de su momento, hoy nos damos cuenta de que los dramaturgos de entonces se valieron de estas supuestas evasiones para disfrazar sus críticas y ataques contra situaciones y personajes contemporáneos, aunque se vieran en escena situaciones y personajes medievales, prehispánicos o virreinales. Las piezas breves que conforman este volumen tienen su valor intrínseco que amerita mantenerlas en escena incluso hoy en día, así como en su tiempo tuvieron su oportunidad como parte de los variopintos números de los largos programas ofrecidos en cada función teatral. En Temporal y eterno, Vicente Riva Palacio y Juan A. Mateos exponen, mediante un divertido enredo entre un joven seminarista y tres alegres hermanas, la hipocresía de muchos falsos devotos, adaptando con éxito el tema del Tartufo de Molière a la realidad mexicana de la Reforma. Por su parte, José Peón Contreras demuestra en Gil González de Ávila su maestría en la construcción dramática, que le valió mantenerse en el gusto del público durante dos décadas, además del manejo de los valores habituales del honor y la fatalidad que afrontan los héroes románticos en vertiginosas acciones de capa y espada. Viniendo de picos pardos es un juguete muy ameno de Manuel José Othón, más recordado como uno de los grandes poetas mexicanos del siglo XIX, pero que también cosechó triunfos en la escena; este monólogo se basa en la gracia que genera un joven recién casado para que su esposa lo perdone después de una noche de juerga. El fandango de los muertos, de Constancio S. Suárez, hace honor a las formas del teatro y la cultura más populares, al exponer la prolongación de los pleitos familiares hasta el panteón, adonde un recién fallecido se vuelve a reunir con su suegra. Inmerso en la iconografía creada por José Guadalupe Posada en un ambiente que evoca el Día de Muertos, este sainete cierra el siglo XIX y redondea los méritos del repertorio de su dramaturgia breve, los cuales justifican sin duda la presente antología.
Teatro mexicano breve del siglo XIX
Juan Antonio Mateos Manuel José Othón Constancio S. Suárez José Peón y Contreras Vicente Riva Palacio
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Juan Antonio Mateos, Manuel José Othón, Constancio S. Suárez, José Peón y Contreras, Vicente Riva Palacio
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