La crisis ecológica ha puesto de manifiesto que los destinos de la tierra y del hombre están indisolublemente trabados y conjuntamente amenazados. Se requiere un pacto de supervivencia en el que cada uno de ellos aporte lo mejor de sí. El autor, conjugando razones teológicas y experiencia humanas, afirma que no basta con que el hombre deje de maltratar la naturaleza. Es menester que la mire con ojos nuevos y dé en sí lugar a nuevas conciencias de sí mismo en relación con ella. A cambio la naturaleza le brindará ciertas formas de vida que pueden ayudarle a superar su propia crisis de sentido.