Asícomo nace una flor silvestre un día cualquiera, así floreció nuestra amistadcon Don Alberto Pinto, una amistad singular dada la diferencia de edad:sexagenario él y yo rondando los diecinueve años.Elvínculo que nos unió fue el divino arte musical; pero, aunque disfrutábamoshaciendo música juntos, él con su bandolín y yo con mi guitarra, era su sabiduríasobre la vida lo que me tenía cautivado.Solitariopor naturaleza, filósofo soñador, desprendido de las cosas materiales, erafeliz con su chocita de paja construida en el último rincón de Guayllabamba, enPueblo Viejo. Su filosofía era la de vivir con poco, solo con lo más elemental,sin nada de lujos ni comidas copiosas; lo principal para él era beberse cada segundode la vida, ?alejado de tantas angustias que cercenan la salud?.Vivíaencerrado en su mundo de meditaciones que sabía bien transmitir a los pocos quelo escuchábamos, y hubiera sido una canción bella injustamente olvidada, si nome deja sembrada la inspiración para esta historia.
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