La disrupción digital ha sacudido al periodismo al punto de que muchos auguran que en un tiempo no muy lejano dejará de existir. Por más de un siglo los periodistas y la prensa han sido mediadores centrales del debate público, faro principal de la opinión y, como tal, indispensables para las mayorías. Hoy ya no se siente así. La gente se informa por el torrente de mensajes e imágenes que fluyen desde diversas plataformas a sus aparatos móviles. Millones de productores de información compiten por la limitada atención de los usuarios, arrebatándoles a los medios de comunicación tradicionales el cuasi monopolio noticioso que venían teniendo. Millares de robots, programados desde oscuras oficinas para manipular la información, reproducen a toda velocidad titulares que socavan la autoridad del periodismo para descubrir verdades y hacer que los poderosos rindan cuentas. Google y Facebook se llevan una enorme tajada de las ganancias que deja el mercado mundial de las ideas, obligando al periodismo a sostenerse con migajas de publicidad y la generosidad de las audiencias.