Con la muerte de su gato doméstico, un hombre narra la experiencia vital compartida con su amigo felino, un ser independiente y frágil.
El relato se convierte así en una metáfora de la vida cotidiana. Nos encontraremos viviendo dentro de un cuadro familiar en el que podremos identificarnos, siquiera sea por unos instantes.
Estas vivencias dejan un hueco insensible al escaparse del control de la conciencia. La pregunta inevitable es cómo fueron posibles aquellos momentos felices.
Lo ordinario es visto con intensidad, con afán por saborear alguna ligera alegría. Atisbos de satisfacción que proceden de una red de confianza y esperanza, construida sin sentido utilitario.
La idea de fondo es que "a nadie se le debe hacer sentir vergüenza por ser quien es. Lo que importa es sacar lo mejor de cada uno". Y la creencia de que volver a absorber lo pasado es una segunda oportunidad, porque "la experiencia de la vida llega tarde o más bien va desfasada, no está a punto en el momento oportuno, o nunca suficientemente", estamos cuajados de presencias y de ausencias sin remedio.
Aspirantes a disponer de un presente continuo, podemos alcanzar a hacer visible lo invisible, lo que se esconde o acaso negamos.