Resultado de casi un año de viaje por Italia en 1844, las Estampas de Italia (1846) de Dickens no pretenden ser –como muchos otros libros de viajes de la época– una amalgama de historia y notas topográficas, sino un vibrante fresco de los lugares visitados.
Agudísimo observador, Dickens se siente atraído por la desolación de los pueblos y ciudades, la vida callejera llena de colores y olores, y los signos, visibles en todas partes a través de las ruinas y la degradación, de un rico pasado. Registra la simultaneidad de tiempos históricos: cómo un pilar romano se halla coronado por la imagen de un santo cristiano, o cómo obeliscos y columnas se emplean para construir graneros y establos. Dickens describe con una prosa no exenta de pinceladas humorísticas las ceremonias de Semana Santa en Roma, o las fiestas en honor de un santo local..
Crítico con todo lo que se le antoja falsa piedad y culto a las apariencias, no oculta sin embargo su fascinación por la expresividad y la bulliciosa vida italianas, pues “cada fragmento de sus templos caídos y cada piedra de sus palacios desiertos” hace al mundo mejor.