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Las confesiones del señor Harrison

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Al terminar su formación en un hospital de Londres, el joven señor Harrison acepta un puesto de ayudante de médico rural en la pequeña ciudad −«yo lo llamaría pueblo»− de Duncombe. «Le parecerá a usted un dato estadístico curioso –le dice su mentor al llegar−, pero cinco de cada seis cabezas de familia de cierto rango en Duncombe son mujeres. Tenemos un gran número de viudas y solteronas ricas. A decir verdad, querido señor, creo que usted y yo somos casi los únicos caballeros.» Y, aunque el recién llegado se fija inmediatamente en Sophy, la hija del párroco, no tardará en convertirse en el centro de una equívoca red de expectativas y decepciones que pondrá a prueba su paciencia… y también su vanidad. Las confesiones del señor Harrison (1851) prefigura claramente Cranford: en su ambiente, en su humor delicado, en su retrato de las pequeñas peripecias que cambian o prolongan el modo de vida de una comunidad apartada y aparentemente tranquila, se percibe ya el interés de Elizabeth Gaskell por trazar, a su manera, una «historia de la vida doméstica en Inglaterra», como había sido intención, aunque nunca llegara a escribirla, del poeta romántico Robert Southey. Del interés de la autora por este plan da fe el artículo «La Inglaterra de la última generación», un divertido compendio de anécdotas de la vida de Knutsford, la pequeña ciudad en que pasó la mayor parte de su infancia y adolescencia, publicado en 1849 y que incluimos como apéndice en este volumen.

Mi querida Sherezade… [La llamo así, señora Gaskell,] porque tengo la seguridad de que sus poderes narrativos son incapaces de agotarse en una sola noche, seguro que du-ran al menos mil y una. Charles Dickens