En los siglos XV y XVI Italia era un puzle sangriento donde se libraban luchas por el poder entre ducados, reinos, repúblicas, marquesados, y el Papado.
Alfonso V de Aragón conquistó el Reino de Nápoles escoltado por dos leales caballeros hijos del Condestable Dávalos. Íñigo fue nombrado Gran Camarlengo del Reino y se estableció en el Castell Aragonés de Ischia. A la primogénita de sus siete hijos la llamó Constanza. Años antes de nacer, su cuna la ocupó una criatura huérfana que, según pronóstico de los astrólogos, sería inmortal.
El Rey fue informado del asesinato de la madre de la criatura tras el parto y temiendo que el niño corriese la misma suerte que sus padres, pidió al Camarlengo que acogiese al recién nacido en el Castell Aragonés donde viviría una infancia maravillosa de la mano de la pequeña Constanza bajo los cuidados de una misteriosa criada sarracena.
Los astrólogos no se equivocaron: aquel bello fanciullo burlaría a la muerte gracias a sus obras y personalidad irrepetible. De su mano Constanza Dávalos, la heroína de Ischia sigue mirando los siglos desde el Retrato pintado con la técnica del sfumato para disimular la edad madura de la viuda, duquesa de Francavilla.