Durante décadas, la Difunta Correa monopolizó la devoción de los viajeros argentinos. Botellas con agua, placas, flores, velas eran dejadas por conductores de automóviles, ómnibus y camiones en miles de altares dispersos en las rutas, pidiendo protección o agradeciendo milagros cumplidos. A mediados de los años noventa esa devoción empezó a ceder ante los embates del culto al Gauchito Gil, que se transformó en el santo pagano más popular del país. Gabriela Saidon siguió el rastro de ese desplazamiento y conversó con devotos, visitó altares, hurgó en cementerios perdidos y entrevistó a sus posibles descendientes. En una suerte de peregrinación periodística, y a bordo de una casa rodante, unió la ciudad de Buenos Aires con la meca de cada uno de estos santos para participar de las festividades en las que se los celebra y contar, así, la historia plagada de intriga, humor y contradicciones de esta batalla que, por ahora, viene ganando el más gaucho.
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