Qué pensamos cuando oímos el nombre de Francisco Camps? Sin ninguna duda, en un corrupto, en un condenado. Pero, ¿qué paso con este hombre, este político, para convertirlo en un cadáver?
Un buen tío narra el caso de Francisco Camps, el ex presidente de la Generalidad valenciana, que tuvo que dejar su carrera política acusado de un delito que no cometió. El libro detalla el encarnizamiento mediático que sufrió Camps, mediante la reproducción de las 169 portadas que el principal diario español dedicó al caso. Al dorso de cada una de ellas el autor va narrando, en implacable contrapunto, cuál era la verdad de los hechos que un tortuoso proceso judicial acabó demostrando.
La historia de Camps, desbrozada aquí hasta el último y más singular detalle, es el argumento, la concreción humana, de un tema siniestro: la facilidad con que el sistema mediático puede destruir un hombre a despecho de la verdad, es decir, del objetivo fundacional del periodismo. La más sucia e inquietante conjunción de populismo y posverdad de la que se haya tenido noticia en estos años.
La narración, sin embargo, no se conforma con todo eso. Es fácil leer Un buen tío como una crónica sobre los excesos del ajuste moral que se inició en España con la crisis y una advertencia sobre la erosión de la democracia que supone la confluencia de intereses entre el nuevo populismo y la información basura.