Gracias, Sangre, por mostrarme que «es bella la soledad si tienes a quién contársela».
En el despacho del doctor Fernando Anaya entra una mañana una misteriosa mujer vestida de rojo. Es la sangre, su compañera inseparable durante largas e intensas décadas de ejercicio profesional. La fructífera conversación que ambos mantienen permitirá conocer más de cerca a este popular líquido que circula por las arterias y venas de los vertebrados y que es, para el galeno, la vida y el alma de la humanidad.