"Me llevĂł mucho tiempo, y el paso por dos paĂses que no eran el mĂo, para darme cuenta de que para ser uno mismo es siempre mejor estar con otro, sobre todo si el otro pertenece a una especie distinta, es decir, si es totalmente no uno".
El deseo frustrado de tener una mascota suele ser una situaciĂłn recurrente en los recuerdos de infancia. El caso de la narradora de estos relatos no es la excepciĂłn. En alianza con su hermana, no perdĂan oportunidad para reclamar la compañĂa de cualquier ser que fuera de otra especie, pero la respuesta materna era siempre negativa. La imposibilidad suele ser un disparador del ingenio y asĂ esta niña compartiĂł su niñez con animales literarios, insectos y hasta crio gusanos de seda. El tiempo de la revancha no tardĂł en llegar. Si bien en cuanto se mudĂł de la casa de sus padres la protagonista prefiriĂł ser ella sola, enseguida pasĂł a vivir con otros seres, en especial felinos, abriĂ©ndose asĂ una etapa de convivencia animal inagotable. Durante una Ă©poca los nombrĂł con nombres de cantantes; luego, con nombres o sobrenombres de mujeres de presidentes muertos.
Sylvia Molloy se detiene en las zonas mĂĄs entrañables del vĂnculo que mantenemos con los animales, tantas veces imperceptible bajo la niebla de la rutina, y escribe un catĂĄlogo luminoso de breves relatos inolvidables, siempre en buena compañĂa.