Los mapas sugieren la idea de un retrato: una copia de la realidad en la cual el cartógrafo representa lo que existe, el mundo tal y como es; sin embargo, más que pinturas fieles de lo que hay en el mundo, la geografía y la cartografía son formas de administrar y construir un orden social y natural. Los mapas permiten movilizar el mundo o partes de éste en dispositivos planos a escala humana o poner el territorio sobre una mesa de trabajo; por eso son objetos políticos a través de los cuales es posible proclamar posesión y control a distancia de vastos territorios.
Los trazos y líneas que conforman un mapa son divisiones, diferenciaciones, clasificaciones y jerarquías. La cartografía es inseparable de los actos de clasificar, ordenar y nombrar que, como el bautismo, son formas de inclusión y dominio. Así es como la cartografía no es simplemente una pintura o un modelo de, sino también anticipa la realidad; un mapa es un modelo para, un poderoso instrumento de control y planeación.
Hay una estrecha relación entre la historia de los mapas y la historia de la nación. En lugar de ser hechos establecidos y naturales, las naciones —al igual que los mapas— son artefactos culturales. La construcción de la nación, así como la definición del territorio, es un proceso imposible de identificar con un momento específico o con la obra de un grupo de rebeldes con ideales de libertad. Se trata de una lenta y prolongada construcción de un nuevo orden político y espacial en la cual la geografía y la cartografía desempeñaron un papel fundamental.