No arden los ángeles en el infierno
Éstas son las páginas que, reburujadas e inaprensibles, se encontraron en el despacho de aquel famoso historiador quien un día, según se dice, entró blandiéndolas como un arma a las narices del colegio reunido de sus colegas en medio de la más científica de las tertulias.
Hemos decidido recopilarlas y darles forma legible de modo que el lector pueda hacer con ellas lo que mejor le parezca.
Por nuestra parte, nos reservamos cualquier opinión sobre las afirmaciones que en las mismas el otrora eminente profesor parece haber hecho sobre la naturaleza de esta historia.
Quizás no sea cierta la acusación de locura que tantas veces y de manera lamentable se ha levantado contra su consciencia.
Sea cual fuere el partido que tome el lector, no cabe duda de que su contenido fue el causante del incomprensible sino que acaeció al escriba.
¿Cuál es su mensaje y a qué se debe que hasta su lecho de muerte el ilustrado erudito no cesara de murmurar, para sus adentros, días y noches sin cuento que no arden los ángeles en el infierno? Esa y otras dudas esperamos sea algún lector quien pueda disipar tras pasarlas a la imprenta.