Este libro es una mirada, y está lleno de miradas, detenidas, atentas. Y lo milagroso es que tiene rendijas y espacio para las miradas del lector. Nada es definitivo aquí, pero todo es fuerte. Los poemas tienen la misma proporción de agua que de sed, así, el equilibrio se sostiene por sí mismo, y por ciertas palabras con sabor a pócima. El lector tiene ante sí distintos placeres y a la vez la tarea de indagar el mundo de Elisa, y con él el suyo propio. Elisa es un licor fuerte, mejor leerlo despacio, y si aún así te embriagas, agárrate del viento, cualquier otro pilar puede derrumbarse.
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