Toda la oscuridad del mundo cabe en una habitaciĂłn pequeña. Porque la oscuridad no deja intersticios como dudas. No distingue entre rincones o espacios abiertos, no hay para esa boca nada demasiado Ănfimo ni demasiado grande. Es de lo que no tiene medida, como Dios o el miedo. Una mujer convive pacĂficamente con un mono hasta que llega la noche y los lĂmites se difuman, el peligro acecha. Un grupo de perros hace su paseo cotidiano de la mano de su cuidadora. Mientras caminan conversan entre ellos: sobre las repeticiones, sobre la memoria, sobre la muerte. A partir de una misma tristeza compartida, dos mĂșsicos logran una armonĂa perfecta, como si el destino ineludible de un piano y un violĂn fuese esa Ășnica uniĂłn. Frente a la posibilidad de adoptar una mascota, una mujer duda, se siente vieja, pero recuerda en una suerte de catĂĄlogo entrañable a todos los perros que la acompañaron a lo largo de su vida. QuizĂĄs todavĂa sea posible un nuevo comienzo. Alejandra Kamiya, artĂfice de una de las estĂ©ticas mĂĄs potentes de la literatura argentina contemporĂĄnea, construye una colecciĂłn de relatos que indagan sobre el vĂnculo entre lo animal y lo humano, entre lo cotidiano y lo onĂrico, entre lo dicho y lo sugerido. Y es precisamente en esos intersticios donde su estilo explota, pero no pomposamente, sino con la modestia certera de la gota de agua que va horadando toda superficie, sobre todo las de papel.